Te escucho precisarme,
cambiar el rumbo de tus intenciones,
iluminar la melodía que te regalo,
cuando la noche me ve danzando
sobre el arrebol
que ha marcado el papel
donde me rompo
para colorearte mis destellos…
En suelo resbaladizo,
parpadea
la salpicadura del silencio,
porque cuando todo se derrite,
se escabulle la cordura;
asoma, en la línea de lo insigne,
una contención
que se hace insostenible,
desbordándome de luz…
Pero no es la luz,
es el viento;
la nube colgada de mi pecho;
el trueno, tatuando el instinto
y el agua cristalina
desgarrándome,
atravesando mi sensación de ahogo;
mi corazón lloviendo,
enamorado,
vaciándome de la forma más perfecta;
cayendo en la curva de tu aliento,
muriendo conmigo
mientras se esparcen al mundo
todos mis versos…
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