Al vértigo suicida
de la piedra y el agua,
enredo la piel sedada de la luz,
mientras lamen la sombra
los dedos del sol que se derrite
en el cristalino espacio
que llena mi aliento,
por tu cercanía…
Qué fabulosa sensación,
tan dulce como inquietante,
la que nos ve anudar las pupilas;
expandir la senda oscura;
leyéndonos el aire…
Y me fluye la vida,
cuando sonríes
y un proverbial desenfreno
me avista;
consigue abanicar cada parte;
inducirme a contemplar el cielo rizado
que atenta contra la ceguez invicta…
No resisto el húmedo disparo
que me propinas, certero;
la ración de éxtasis
con la que deslumbras
el instante en que me pierdo
en la geometría pura de tus ojos,
porque ante ellos comparezco,
cuando tu imagen me envuelve
y despierta al silencio,
como exención inmanente…
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