Me aparca tu voz en un aura danzante;
su singularidad me muerde el silencio
y huye;
y, en la inflexión,
crece, empinado, el impulso…
Me inundo de tu corazón
y concurre su vuelo trepidante
a saquearme la asfixia…
Veo el claror del agua lejana,
donde difundo la vibración más íntima
que me hace resplandecer;
resonar,
como alba sinfonía
cada vez que me desarmo,
íntegra,
confesándote mi anhelo…
A flor de luz
percibo todo el ámbar,
tragándose un ahora desfasado
y el mañana,
desfilando entre mis dedos,
en su afán, prematuro, por atraparlo…
Me derramo,
incontrolable,
hasta poder combinar mi sabor más puro
con todo lo que te rodea
y entregarte el reino de los placeres;
saciar el porvenir de esta noche que no deja
de destilarme en sus lagares,
para, luego, disolverme
en tu lengua…
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