Fiel a tu influjo;
al relámpago invencible
que amamanta, sin cesar,
toda vena de dulzura;
a las deidades centelleantes,
cuyo orgánico resquicio
acumula lo instintivo en tu lengua,
cavando el surco del tiempo…
Me entrego,
sin tregua,
a ese brillo que te abunda las retinas…
Es fantástico romper las vidrieras
frente a tu aullido;
el filo luminoso que absorbe toda pequeñez
y precipita,
en su nívea condición,
para luego transparentar en mi cerebro,
fluir, como pez enarbolando sus esferas;
irrigando el azul para hacerlo eufonía;
grafía en los cercados de mi boca…
Esta habilidad reluce desde las sombras;
se enfila dentro del cuerpo
y, entre escalofríos, desemboca
en la inmortalidad del momento…
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