Fundirme al acero dulce
que ampara tus geometrías;
al asedio involuntario
que nos reconoce
perpetradores del infinito,
es más que atravesar el silencio…
Te manejas abriéndote paso en mi saliva
y este barro que me conforma
se hace un lado,
mientras me cubres de luz y poesía…
Y casi que estás rozando mi aliento
cuando regreso del otro lado;
cuando broto de tu carne
y acabo elevándome sobre el azul que cimbra,
vistiéndonos de espejo…
Florezco,
como un sorbo de contradicción,
cuyo repentino fulgor
me enseña las alas invisibles que llevo conmigo;
una ráfaga de colores en los túneles de agua
que me rodea y embriaga,
poco antes del estallido…
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