Me caes en la voz
que, macerada por tu altura,
inaugura el trayecto de mi lácteo navío…
Tu sol manantial
me muestra el origen del vértigo;
todo el amor abriéndose a los ojos del infinito…
Vueltos dinamos de viento,
forjamos la consecución
de una verdad floreciente,
genuina e intocable;
cada rincón que nos sabe
fuego y rosa;
resplandor y espina…
Me abandono a la dulce sinfonía
que me hace agua la sombra,
y acabo arropada por tu figura;
su carga estrambótica me afina,
mientras inaugura
su curso en mi crecida…
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