Cuántos idiomas sujetan
la terrible epifanía
de conjurarte cada noche;
de emborracharme de tu nombre;
de esa frecuencia ondulante
que me extasía…
Ay, andarte la piel
y estirarme entre letras y acordes;
volverme murmullo de cristal
maleable;
convertirme en tu manía;
que el tacto se habitúe a moldearme con tu lengua;
ser la fantasía musical que te persuada
y oírte cantarme
con tus notas silenciosas,
ser canción y poema;
sonoridad que vibra,
salvaje,
luminosa
en el fondo de tu alma…
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