De mi saliva,
de los cauces ceñidos
a toda embriaguez de la carne,
manan sangrantes
los espejos del alma…
Ya se hizo puño el agua
custodiando los ángeles,
que mojan incesantes su rebeldía
en el suelo maduro del silencio…
¿Cabe más presagio
en los pliegues secretos
del infinito?
Si nos crecen inmortales los rocíos
a través de los ojos
y borbotea límpida la luz
en el campo evaporado de la sombra…
Acomoda en nuestra frente
el indomable coqueteo
de agua y viento
y entre mortajas azules nos desvanecemos…
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