Me llueve desde tus pestañas
esa profundidad rabiosa
que solo avizora lo interminable;
la geometría indómita
que prolifera,
como un tejido de luz,
abrigando todos mis espacios…
Me mantiene flotando;
dejando que sea mi lengua
la espiral orgánica que se alimente
del agua espiritual de tu respiro
y se entregue al silencio
para articular sus afluentes…
Todo el gesto elevado me alude,
insistente,
y entre suspiros, se trasluce lo cierto;
constata que tus pupilas ocultan un ángel
que me saluda con un pellizco celestial que rasga mi frente…
Y aflora el fulgor del aire;
la sinrazón confinada abre paso
a la febril cabalgadura del silencio
que recorre entero tus paisajes…
Campo eterno de flores y cristales,
inscritos en los pliegues del tiempo;
torsiones que me revelan
la indiscutible eternidad de tu verbo…
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