Tengo tu tempo
incrustado en la lengua;
su ritmo exultante
volviéndose el sostén
de esa melodía
que me procuras,
cuando escarbas el aire
con el núbil ímpetu enclaustrado
en su ligadura en potencia…
Me permites
tocarte la sien,
mientras te montas
sobre el hallazgo
de blancos y negros,
rodando por las líneas paralelas
que arquean,
de menor a mayor,
los decibeles de la euforia…
Me permito
florecer al compás de tu carne;
salir de las sombras
para desprender mi claror insigne
al interior de un arpegio de cristal
e inscribirme en tu tímpano,
sin freno…
Que me toque y petrifique
tu partitura celestial
por deleitar a mis sentidos
con la creación impresionante
que liberas…
Con celo, tus veredas
me rondan los pasos;
los aproximan a tus avenidas,
pudiendo acaparar la visión
de mi súbita figura,
perdida en tu silencio,
culminando con la torsión
que me sitúa
en la senda de los sueños…
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