Se me hacen
pequeños los ojos;
rebeldía, el silencio,
mientras cultivas
margaritas en mi rostro,
y, aparte de explotar lo que imagino,
diseñas calcomanías
con mi nombre…
Suenas tan alto
que asciendo, como la noche,
empinando el verbo sinfónico
y olfateo
la ferocidad del acantilado;
la ligazón sutil
que nos mantiene unidos…
Afilo mis dientes
en los bordes de tu lengua
-menuda confesión la expuesta-
y alimento,
lúdica e impulsiva,
cada una de tus fantasías,
vulnerada la secuencia…
Catalizo tus intentos
y la pista se acelera,
porque colonizo el arrebato
con la torsión del tiempo,
elevando tus ideas…
Ay, mi ángel dorado,
vienes y suena la canción
que llevo escuchando todo el día;
energizante se vuelve su melodía,
como la fuente de los deseos,
cuya eficacia, me reafirmas…
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