Una lluvia de acero me aplasta el camino,
no puedo voltear el silencio
ni apartar ese ruido que me amordaza
con su sombra…
La ciudad rota me muerde
voluntad y constancia;
lo amargo deshilacha los impulsos
y un consternado arrullo
languidece,
desprovisto del hábito
de amanecer en tu mántrica geometría…
Dos cuervos me atisban,
a lo lejos;
su vuelo en círculos sólo augura tribulaciones;
boicotean mi claridad solemne…
Algo duele
y en ruinas mis estaciones
descubren la pena umbría…
Se quiebra el paisaje de la noche,
mientras le canto desaparecida…
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