Aquellas iridiscencias
que descubren paralelismos
entre mi tacto y tu tacto,
se apoderan
de los vapores lentos
que te deparan dentro mío;
de lo incontenible de la visión
donde te siento y desaparezco,
encima de un dolor familiar,
irreverencia,
girando el cristal
para despistar el tiempo,
y, reincidir,
eternamente fugaz
por cada grano de arena,
que me vuelve vulnerable a lo que eres…
Tan cerca de resbalar,
resplandece la hierba de los mares,
como un pétreo vitral de anémonas
que escucho latir,
mientras te doy de mi alma,
danzando a tu ritmo…
Y algo se queda con una parte mí,
cuando tus palabras
guían el silencio a las latitudes
que escuchan la aseveración, in situ,
de que soy
la tortura de tu planeta;
paisaje de ángeles azules,
agitando su manto de estrellas…
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