Me llevas al cuello tu lanza cósmica
y entre mis cuerdas
parece bullir el conjuro del silencio…
Me rindo
ante el divino poemario
que invocas
con la pericia del alma;
a su melodía silábica
que se alinea con las estrellas,
haciéndome brillar los ojos…
Preámbulo absoluto de un instante eterno,
cuyo presagio nos señala por encima del mundo
y resalta nuestra huella,
como un bramido luminoso,
argénteo y movedizo…
Paladeando los rincones de la noche;
sus estancias lacradas
escribiéndose en las páginas corpóreas
que nos deslizan con un único sentido,
atravesarnos del todo…
Es alucinante
impregnarme de tu estallido;
vestir las túnicas de agua
desde su génesis insinuante…
Caer enredada en tus impulsos,
hasta romper los velos temporales
y arder
en el aliento del cosmos,
enarbolados…
Al margen de reconocernos,
por siempre, enamorados…
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