Naces de las cumbres vespertinas,
pronunciando la luz,
en ángulo perfecto,
tallando el rubor de mis pupilas
con tu bruñido silencio…
Me subo
al detalle de tu roce;
al embate audaz y perturbador
que me hace caer en el embrujo
que modula y resplandece,
mientras acomete mi alma…
Colorea mis aguas
el tórrido vaivén que te impulsa
a prendarme de la lengua
y propulsa la dimisión del tiempo…
Aflora de mi pecho un arcoíris,
en lúbrico despliegue
y hunde entre tus pliegues
su abundancia…
Vuela la distancia,
quizá en el último intento de sobrevivencia
y se aparea la metáfora y el fuego,
quitándole el aliento
con la savia vivificadora de un suspiro,
hecho de carne y hueso…
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