El resoplar de violines de magna policromía
con el que me embebes el aire,
tiende su halo sanguíneo en mi lengua;
embrujo del que asiento intoxicarme…
Un crucigrama lumínico
que aduce lo inmarcesible
y cierne su música en mi sangre…
¡Cuánta armonía me recorre!
Y es que te desprendes de la noche
para empaparme los sentidos
de su infinita magnificencia…
Desplazarse por tu silencio
es impactar las grafías del agua,
hundirse y reflotar en ellas
para ver nacer lo ignoto…
Te haces conocedor de mi alma
y asientas tu distinguido trono
sobre mi impulso que trama
no agotar su persistencia…
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