Mece tu lengua
los arrebatos del alma…
La piel de su dulzura
enciende las mechas del aire,
desvaneciendo mi sombra…
La quietud alborotada
nada en tus ojos
y me abrocha,
intrépida,
la saliva…
Las esquinas salvajes
se posan, lumínicas,
y embeben mis dedos
con la fricción profusa
que forja el fiero trazo
que fulmina la carne,
el tiempo
y toda ración que brota
de sus agujas…
Despliegas
en el brioso amanecer de mi sueño,
en el instante que despeño en tu silencio,
volviéndome tuya…
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