Cuánto mar en las rompientes de tu lengua,
qué infalible su cristalina acrobacia
que empuja
hasta marcar el instante del silencio…
Fundida a su audacia,
descubro el estímulo perenne,
la gota que desborda mis hemisferios…
Riego tu elíptico terreno,
haciendo girar mi sonrojo
en la palabra disuelta…
Envuelta
en la mullida trama de tus ojos,
encuentro la aldea que alumbra
mi campo de arena…
Nazco en tu liento fuselaje,
cuyo fértil sabor
me vuelve sorbo atrincherado,
némesis del hambre
que exhala su palpitar
en la suprema filiación
de tu linaje…
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