Tu voz
se me acomoda en el aire,
como la noche al infinito…
Giro
en los fractales del tiempo,
mientras tus dedos
tejen soles en mi sonrisa,
farolas en mi silencio…
Me anudo al parpadeo
de la sombra;
a tu ráfaga de nácar
que depura mi saliva…
Desconozco si la ciudad divulga
el éxtasis gozoso de mis cristales…
Sólo puedo estremecer sin remedio,
mientras tus ángeles glorifican
el sendero por el que se fuga mi carne…
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