Partir de tu lengua,
desesperadamente;
atravesar la esquiva voz blanca,
invocando su magia…
Es
sucumbir bajo la indómita
turbina de revelaciones
que aparecen,
como corazonadas;
participar de los enigmas del tiempo
y enseñarlos con la desnudez de los cuerpos
suspendidos en la claudicación
que los reclama,
disposición que reflota,
lenta,
todas las ganas de amar
que están detrás del corazón
y su astillar de afecto…
Las aceras nocturnas
se comportan poéticamente,
como privilegio de un dios…
Y yo,
extrovertida,
sin permiso de nadie, tampoco,
contemplo de frente,
el participio del desenlace cósmico:
La transformación…
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